Pasado, presente y Facebook

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«Buenos días. Creo que estudiaste en el mismo cole que yo. Si es así, me gustaría mantener el contacto contigo; si no, disculpa por molestarte y que tengas un buen día».

Este simple mensaje firmado por Ángeles Hernández en mi cuenta de Facebook podría parecer irrelevante, pero iba a darme la clave para recuperar mi infancia desde una perspectiva muy diferente.

Por supuesto, sabía quién era Ángeles Hernández. Vivíamos en el mismo barrio de Madrid, cerca de la castiza estación de Atocha. Fuimos compañeras de clase hasta los trece años, y fuimos mejores amigas, tal vez desde los diez hasta los trece, cuando peleamos —no recuerdo por qué— y nos distanciamos. Me mudé de ese vecindario pocos años después, comencé mi vida adulta y nunca volvimos a encontrarnos. Con el tiempo, mi infancia se volvió cada vez más lejana, especialmente después de mudarme a Colombia.

Pensándolo bien, de alguna manera, había perdido mi infancia hasta que recibí el mensaje de Ángeles; al menos los recuerdos de ella, pero no solo por el paso de los años, es decir, por lo lejana que había quedado desde la edad que tengo ahora. Puedo entender que cuanto más vives, más cosas olvida tu cerebro: hechos, experiencias, nombres, lugares… simplemente porque necesita recordar otras cosas más útiles para tu vida diaria actual. Mi infancia en España no tenía nada en común con la infancia de mis nuevos amigos en Colombia. No compartía recuerdos con ellos ni series de televisión ni personajes famosos, lugares de vacaciones, chuches… nada, y terminé por no hablar de ellos en absoluto.

El día que recibí ese mensaje, empecé a ver Facebook con ojos diferentes. Nunca he sido una usuaria frecuente de la plataforma. En realidad, no soy muy aficionada a la tecnología. Si necesito un domicilio, prefiero pedirlo por teléfono en vez de usar una app; cuando quiero saludar a mis amigos, prefiero llamarlos o quedar en persona en lugar de escribirles; sigo eligiendo libros que se pueden tocar y subrayar en lugar de leer en línea, y todas mis notas de trabajo están escritas a mano en cuadernos de papel en lugar de usar una tableta. Sin embargo, suelo visitar mi cuenta de Facebook para ver qué está pasando y ponerme al día con mis contactos.

Recuerdo cuando Facebook estaba en sus primeros momentos. Todas mis compañeras de trabajo pasaban mucho tiempo buscando a sus antiguos amigos y compañeros de colegio. Confieso que también traté de encontrar a personas conocidas para sentirme tan emocionada como ellas con esta nueva tecnología, sin embargo, tal vez por mi falta de conocimientos digitales, no pude encontrar a nadie. Nunca me ha gustado escribir toda mi vida en Facebook como hacen otras personas. Parece como si las emociones no fueran reales si no se escriben y comparten en el muro. Declaraciones de amor larguísimas que a nadie le importan, con una gran cantidad de respuestas políticamente correctas: «Son la mejor pareja», «Dios los bendiga», «Disfrútenlo, se lo merecen y más». Cientos de fotos de bebés —que, unos años atrás, solo formaban parte de un momento privado—, expuestas al mundo y sumando cientos de felicitaciones, sin importar si el bebé es tan lindo como dicen los comentarios o no… Me parece una especie de exhibicionismo tecnológico de mal gusto (y hasta peligroso).

Mis opiniones sobre Facebook cambiaron en el mismo momento en que encontré el mensaje de Ángeles. Finalmente, pude encontrar a antiguos amigos y amigas de España y reunirme con ellos en persona durante mi siguiente viaje a mi tierra.

Ángeles, la verdadera heroína de esta historia, creó poco después un grupo privado de WhatsApp. Ella seguía en contacto con varias de nuestras antiguas compañeras y, gracias a la tecnología, pudo reunir a 15 de aquellas niñas cuando ya todas andábamos por los cincuenta años. ¡Fue tan reconfortante no tener que mentir sobre nuestra edad! Sí, ya no teníamos ocho años, ¿y qué? Fue tan irreal como un sueño… Mujeres maduras hablando de estudios, profesores y anécdotas infantiles… No podía creer cuántas historias había olvidado.

Foto antigua

En nuestra primera quedada en persona, reconozco que al principio solo pensaba en lo mayores que se veían ELLAS (claro, yo no…), pero poco a poco sus rostros se volvieron más y más familiares y agradables. No importaba quiénes habíamos sido en el cole, en ese preciso momento éramos iguales, mujeres maduras con alegrías y tristezas, casadas, solteras, viudas, divorciadas, con hijos propios, adoptados, especiales, sin hijos… Algunas de nosotras ya habíamos dicho adiós a alguno de nuestros padres, otras estaban a punto de hacerlo en los próximos meses… Mujeres con un pasado común; vidas diferentes con experiencias comunes; amigas antiguas y casi olvidadas con un pasado cercano que se reunieron gracias a ese invento estúpido y maravilloso llamado Facebook.

Nunca seré muy tecnológica, pero puedo dar fe de algo muy real: casi había olvidado una gran parte de mi vida para siempre, hasta que Facebook me devolvió hermosos recuerdos de mi infancia.

 

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